Santa, ecuménica, espiritual, política y bélica: Jerusalén

DOMINGO DE RAMOS
Jerusalén es la capital de Israel y su ciudad más grande y poblada. Situada en los montes de Judea, entre el mar Mediterráneo y la ribera norte del mar Muerto, se ha extendido bastante más allá de los límites de la Ciudad Vieja.


Jerusalén es una de las ciudades más antiguas del mundo, habitada por los jebuseos antes de la llegada de las tribus hebreas a Canaán a principios del siglo XIII a. C. Fue la antigua capital del Reino de Israel y del Reino de Judá, y siglos más tarde del reino franco de Jerusalén. Es considerada una ciudad sagrada para tres de las mayores religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam.


Tradicionalmente, la Ciudad Vieja ha estado dividida en cuatro barrios: el Barrio Musulmán, el Barrio Judío, el Barrio Cristiano y el Barrio Armenio. Fue incluida en 1981 dentro del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En 1982 Jordania exigió su inclusión en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro.





Parece una amarga ironía que a esta ciudad se le llame "Casa de Paz". Desde hace dos mil años no ha habido paz en Jerusalén, la ciudad en que aconteció la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En ningún lugar santo del mundo han corrido tales ríos de sangre como aquí. En ningún lugar se ha luchado con tal ardor, se ha odiado tan profundamente como en la pequeña ciudad en las calvas, grises colinas rocosas de las montañas de Judá. Tres religiones mundiales -judaísmo, cristianismo e islamismo- hicieron de ella la manzana de la discordia de su creencia. Sin embargo, tampoco en ningún lugar se han rezado tantas oraciones como en Jerusalén.

La ciudad está colmada de lugares sagrados para las tres grandes religiones.


Para los cristianos los santuarios religiosos por excelencia son el monte Calvario y el Santo Sepulcro, que en realidad son un solo lugar, el polo alrededor del cual gira todo en Jerusalén. Se camina por un laberinto de intrincadas callejas y de repente se llega ante la fachada románica de la basílica del Santo Sepulcro. Hace una impresión sombría y decadente. Están representados en ella todos los estilos arquitectónicos de los últimos mil años.


En la entrada se topa, para gran sorpresa, con el islam: según un antiquísimo privilegio, el portal de la basílica es abierto por una familia musulmana. En el centro del gigantesco recinto está la iglesia del Sepulcro dentro de un rosario de capillas, todas las cuales hacen referencia a la historia de la salvación. Una de las capillas está construida sobre la roca del Gólgota. Un hoyo enmarcado en plata indica el lugar donde en un tiempo debió de levantarse la cruz.


Bajo la cúpula de la iglesia hay una pequeña capilla de mármol con un atrio, la llamada capilla del ángel. En ella se guarda la piedra que los ángeles apartaron del sepulcro de Jesucristo. Detrás el Santo Sepulcro: es un espacio muy reducido, en el que caben, como máximo cuatro personas. Llenan el aire nubes de incienso. Lo iluminan 43 lámparas preciosas, cada una de las cuales pertenece a una de las confesiones cristianas. Los muros están revestidos de mármol. Los peregrinos, sumidos en oraciones, se arrodillan ante la piedra sobre la que debió haber reposado, en la tumba, el cadáver del Redentor.


Cinco confesiones, la ortodoxa griega, la católica romana, la siria, copta y los jacobitas, una pequeña comunidad religiosa siria, se han repartido el señorío sobre la iglesia del Santo Sepulcro. Velan celosamente las capillas, las lámparas y limosnas. Junto a la tumba misma se revelan según un plan fijado hasta el minuto vigilando cuidadosamente de que nadie eche su óbolo en el platillo de la religión equivocada. Fue una labor científica de tipo detectivesco el fijar los Santos Lugares, con exactitud, en la Jerusalén varias veces destruida. También en lo que hace referencia a la iglesia del Santo Sepulcro, aún no se está de acuerdo en si realmente se ha construido sobre la colina del Gólgota y la tumba de José de Arimatea.


Se sabe que la Vía Dolorosa, la calle a través de la cual Jesucristo llevó su cruz, que, en el transcurso del tiempo, ha cambiado de lugar varias veces. La calle que hoy se llama así, una estrecha callejuela, sólo quiere ser un lugar de piadoso recuerdo. Unas lápidas señalan las catorce estaciones del martirio. La primera está junto al convento de las hermanas del Sion francesas. La decimocuarta y última es la capilla del Sepulcro, en la iglesia del Santo Sepulcro.


Es difícil descubrir bajo la actual Jerusalén la ciudad de Jesucristo. El ajetreo, el comercio junto a los Santos Lugares toma no pocas veces formas repulsivas. Sólo en el jardín de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, hay tanta paz como hace dos mil años, cuando Jesucristo estuvo allí con sus discípulos. Hoy el jardín pertenece a los franciscanos. El Papa confió a esta orden la vigilancia de los Santos Lugares.




Desde el jardín de Getsemaní se puede echar una amplia mirada sobre la ciudad con sus volubles murallas. Jesucristo entró en Jerusalén, el domingo de ramos, montado sobre una pollina, entre los gritos de Hosanna del pueblo, a través de la "Puerta Dorada". Hasta el siglo VIII, el patriarca griego de Jerusalén entraba cada año en la ciudad por la "Puerta Dorada". Entonces los árabes la tapiaron. Temían una antigua profecía, según la cual un conquistador cristiano entraría una vez en Jerusalén por esta puerta.

Las murallas de Jerusalén fueron destruidas y reconstruidas muchas veces. Las actuales murallas fueron levantadas en 1538 por el sultán otomano Solimán el Magnífico y continuó bajo dominio otomano hasta el final de la Primera Guerra Mundial.

Las murallas tienen una extensión aproximada de 4,5 km y su altura varía entre los 5 y 15 m, con un espesor de 3 m. Tienen 43 torres de vigilancia y 11 puertas, de las cuales sólo 7 están abiertas.

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