Testigo de una pesadilla

TRIDUO PASCUAL
VIERNES SANTO

Estoy sumergido en una nube que me asfixia y me angustia, siento una terrible opresión en el pecho que no me deja respirar. Alrededor mío todo es frenesí y locura. Las imágenes se suceden con vértigo y sinsentido. Desde hace una horas, diría para expresarlo de algún modo, el tiempo ha dejado de tener signos de razón. No sé si han sucedido segundos o años. Sólo quiero volver a Galilea. Sólo quiero volver a mi rutina de orilla de barcas y pescadores. Solo quiero volver el tiempo atrás y que todo esto haya sido un sueño. Un sueño que hoy se ha tornado en pesadilla. De esas que uno quiere despertar y no volver a dormirse nunca más.

No sé qué sucede en esta ciudad inmensa de juegos políticos sucios y traiciones. Es verdad que uno puede contagiarse del entorno, entonces? No éramos así hace unos días, o sí? Todo es confusión en mi cabeza y mi corazón sólo quiere volver a casa. Quisiera tenerte acá, y ni siquiera sé dónde estás en este momento. Cómo puede ser?!! Cómo puede ser me pregunto y nada tiene respuesta!!!

Estoy desesperado, pero sé que no quiero terminar como Judas esta mañana. Judas!!! Qué misterio! Qué cagada! Este final fue su culpa? No sé, pero algo sucedió desde que entramos a Jerusalén para celebrar la Pascua… siempre suceden cosas raras en torno a Jesús, pero desde hace unos días se percibía un no sé bien qué, que anunciaba algo, y sucedió! Qué horror, qué miedo… Sólo quisiera también morir.

Ayer, después de la cena Jesús estaba raro. Toda esa comida fue muy extraña. Jesús decía cosas que ahora van teniendo más sentido. Ya sabía!! Él sabía que esto sucedería! Ahora entiendo!!! Pero no sé, no estoy seguro, no estoy seguro de nada ni de nadie ya. Cenábamos cuando Judas se levantó y se fue. A nadie le llamó la atención, era un tipo raro, siempre andaba en cosas raras. Esta mañana se ahorcó, todavía no tengo muy en claro por qué.

Acompañamos a Jesús a los olivares de afuera de la ciudad porque quería estar solo. Era bien entrada la madrugada. Mientras él oraba lejos, nosotros permanecimos juntos, queríamos estar con él, pero él quería estar solo. Igual no lo dejamos, pero nos quedamos dormidos. Cuando los gritos nos despertaron ya todo era un caos: guardias, violencia, caballos, gritos. La escena cobraba surrealismo con Judas cerca de Jesús, saludándolo con cariño. Amagamos a tratar de que los romanos no se llevaran a Jesús, pero enseguida desenvainaron las espadas y no pudimos hacer mucho. Se llevaron a Jesús y también se fue Judas con ellos. No entiendo todavía… no, a lo mejor sí, ya voy entendiendo, el muy hijo de puta!! Ahora veo más claro qué hacían las monedas en el suelo de dónde lo encontraron!! Qué horror!! Qué locura!!

Allí perdimos de vista a Jesús, se lo llevaron y pensamos que también nosotros terminaríamos igual, pero ni nos miraron. En la revuelta corrimos para todos lados. Volví a la ciudad, amanecía, y Jerusalén era un lío de gente. Traté de pasa desapercibido. A media mañana Herodes anunciaba que iba a soltar a un preso por la fiesta y fue ahí donde el sinsentido tuvo su peor momento: ofrecía soltar a Jesús y todos confabulados pidieron por otro tipo. Ahí comencé a temer por mi vida. Tal vez algún otro de nuestro grupo estaba preso ya. Nada sabía, no había visto a nadie. En ese estado sólo me quedaba esperar. El tiempo era increíblemente lento y desesperante. De repente el griterío volvió a subir de tono, y las corridas y los guardias cobraban de nuevo protagonismo. Las mujeres lloraban, los hombres se empujaban y algunos se reían y burlaban del preso que caminaba hacia el Calvario. Mi corazón se desgarró cuando me crucé la única mirada que recordaré en mi vida con Jesús, que agonizando ya cargaba con el eje de su cruz. Irreconocible. Ensangrentado por todos lados, todo él evidenciaba que estas horas habían sido de locura y muerte para él. Coronado. Lo había coronado con ramas de espinos entrelazados!! Era claramente una burla. Mi corazón se me salía del cuerpo. Sentía que estaba bajo los efectos del sopor de una droga, mi pecho me dolía y la mirada amorosa de amigo sólo me decía desde lejos, que le siguiera creyendo, que estuviera con él. Qué estuviera con él…

Todo sucedía sin detenerse. Él se caía, amagaban a ayudarlo y los romanos gritándole lo empujaban y pateaban. La turba me arrastraba, y entonces descubrí a María, y a la Magdalena, y a Marta y María, las hermanas… ellas sí tenían el coraje, ellas sí tenían el valor. Parecía que no les importaba nada. Daba la impresión que si hubieran podido hubieran elegido ser crucificadas con él… mi Maestro, mi Amigo… Pero cómo podía ante esa escena seguir llamándome amigo, si lo único que quería era despertarme de esa pesadilla y estar en Galilea, como días atrás!!! Algo o nada me cerraba. Nada me cierra.

Llegamos a la cima del Monte y después de humillarlo hasta el final, le quitaron la túnica y desnudo lo insultaban frente a su madre, que parecía vivir la misma pesadilla de locura que yo.
Elevaron el leño que servía de cruz y que había venido cargando y allí lo dejaron, junto a dos tipos sucios y desconocidos, uno a cada lado, como para que vigilaran que no se fuera a ningún lado. Qué ironía, los tres crucificados. La escena era increíble, todavía ahora lo sigue siendo.
En medio de llanto y el dolor, la tristeza del ambiente, lo gris de paisaje lúgubre vi a Juan, que abrazaba a María y juntos miraban inverosímilmente a Jesús. Jesús los miró y les habló, después María volvió a quebrase y Juan se la llevó a un lado.

Al rato, en medio de la soledad más profunda e inimaginable se escuchó un alarido y murió. Fue terrible. No podía creer lo que mis ojos veían. No había nadie conocido. Yo envuelto en mi manto trataba de no ser visto a la distancia. Solo las mujeres seguían allí. Rápidamente los lanceros se acercaron y se aseguraron de que no estuviera solamente desmayado, le quebraron los huesos y le clavaron la lanza… increíble. Juro que lo cuento y yo mismo no creo lo que digo.

Finalmente todos se fueron, los tres estaban muertos. Era viernes y en un rato más comenzaría el sabat. La tarde estaba oscura, como si todo acompañara nuestra angustia y nuestro dolor. Nuestra orfandad, nuestra soledad más profunda. Nada tenía sentido ya. Nada era lo que esperábamos. Atrás quedaron las historias compartidas y los días de alegría y sorpresa por el nuevo proyecto. Todo estaba terminado. De la manera más dramática e inimaginable. Nadie quedaba a la vista para sostenerlo. Fin. Irrazonablemente fin.

Unos hombres se acercaron y lo bajaron con dificultad, sacándome de mis pensamientos. Amorosamente se lo entregaron a María quien lo abrazó y lo acunó recordando, seguramente, aquella noche en el pesebre de Belén. Hasta faltaba José para cuidarlos… cómo lo necesitaba seguro en aquel momento. Sólo él entendería lo que aquella muerte infame significaba en su corazón… Juntos, y entre varios se lo llevaron de aquel escenario inolvidable… para adorarlo, para darle dignidad a ese cuerpo de aquel ser tan amado… para despedirlo…

Todavía no puedo creer lo que estoy diciendo… despedirlo…
Hace un rato demasiado largo que no veo a mis amigos. Tengo miedo de ir a buscarlos.

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