Preparando la cumbre de Copenhague 09

El 7 de diciembre de 2009 se reúne en Copenhague la 15ª Conferencia de las partes de la convención sobre cambio climático de las Naciones Unidas en la que, seguramente, sea la reunión ambiental más importante desde la cumbre de Río en 1992.
En ella está previsto que se adopten acuerdos sobre mitigación de emisiones y adaptación, así como los instrumentos de financiación y transferencia tecnológica que los hagan posible.

Entiendo que la Unión Europea llegará a la cumbre de Dinamarca con un sabor agridulce. Por un lado, el hecho positivo de, como Churchill en 1939 y 1940, haber aguantado la posición durante una larga década mientras llegaban los refuerzos del otro lado del Atlántico, cosa que afortunadamente ha ocurrido con el programa energético-climático lanzado por el presidente Obama. Por otro, la gravedad cada vez mayor de la crisis climática que amenaza seriamente con irse de las manos.

La importancia de la cita de diciembre se entiende mejor al analizar la confluencia de diversas tendencias que podrían generar en pocos años un escenario muy complicado para el clima. En primer lugar, la crisis económico-financiera en curso que amenaza con restar atención política y recursos económicos a la crisis climática. En segundo lugar, la escasez creciente de petróleos convencionales (conventional oil) que llevará al pico de extracción en apenas una década (Agencia Internacional de la Energía, 2008). En tercer lugar, los importantes cambios geopolíticos en curso que plantean la necesidad de una nueva gobernanza internacional.

La crisis de oferta energética que emergerá al albur del agotamiento del petróleo convencional en los próximos años abrirá una ventana de oportunidad estratégica para mover el sistema energético internacional hacia tecnologías menos contaminantes. Pero, el resultado podría ser justamente el contrario: que una lucha por el acceso a unos recursos energéticos escasos dificultase aún más la adopción y ejecución de acuerdos climáticos vinculantes, al tiempo que el sistema energético se podría orientar hacia el carbón y la utilización de petróleos no convencionales como las arenas bituminosas y alquitranes cuyo contenido en carbono es muy superior a los convencionales.

Para entender lo que significan esas amenazas desde la perspectiva de la crisis del clima es preciso recapitular brevemente la situación actual. La emisión a la atmósfera de 2.300.000 millones de toneladas de CO2 procedentes de las actividades humanas en los últimos 200 años ha sido la causa de la alteración del clima de la Tierra. Desde 1900, la atmósfera se ha calentado 0,76 grados centígrados y el ritmo de alteración se ha acelerado en las últimas décadas. La temperatura es ya, o está cerca de serlo, la más elevada en el actual período interglacial que comenzó hace 12.000 años. En un escenario tendencial, sin acuerdos globales de contención de emisiones, las emisiones totales de gases de efecto invernadero pasarán de las 44 Gigatoneladas de CO2 equivalente de la actualidad a 60 Gt CO2 equivalentes en el año 2030, un incremento del 35%. Ese aumento elevará el nivel de concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero lo que, a su vez, incrementará la temperatura. En ese escenario, existen altas probabilidades de que se sobrepase el umbral de seguridad de 2Cº de incremento sobre la temperatura media existente en los tiempos preindustriales.

China, India y Brasil con una población cercana al 40% mundial generan ya el 25%º de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y su ritmo de incremento es muy fuerte. Al mismo tiempo, sus emisiones per capita son muy inferiores a las de un norteamericano medio, un europeo, un japonés o un ruso. Hacia 2020, las emisiones de los países emergentes alcanzarán a las de los países económicamente desarrollados y, a partir de ese momento, la mayoría de gases se generará fuera de los países ricos. El centro de gravedad del problema y, en consecuencia, de la capacidad de decisión para solucionarlo se desplazará hacia las economías emergentes, cuyas economías estarán orientadas a incrementar su producto interior bruto y su renta per capita.

Lograr que el incremento de la temperatura media de la atmósfera no exceda los 2ºC sobre la existente en la época preindustrial requiere que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera se estabilice en torno a las 450 ppm, si bien estudios científicos recientes consideran que incluso ese nivel de concentración podría ser excesivamente elevado. Para alcanzar ese objetivo es necesario que en el año 2050 las emisiones totales mundiales se reduzcan a la mitad con respecto a las de 1990, lo que a su vez exige que hacia 2020 las economías desarrolladas acuerden una reducción de sus emisiones entre el 25 y el 40% y que las emergentes hayan comenzado a controlar decididamente las suyas. Las emisiones globales deberían alcanzar su cénit hacia el año 2020 y, a partir de ese momento, descender de manera continuada hasta finales del siglo XXI. Es decir, tal y como lo ha reclamado la Agencia Internacional de la Energía se necesita llevar adelante en los próximos años una verdadera revolución energética internacional.

En consecuencia, sería un grave error enfocar la salida internacional a la actual crisis económico-financiera sin tener presente ese telón de fondo. Está en juego la desestabilización irreversible del clima de la Tierra. Afortunadamente, es posible alinear el gasto público capaz de activar la demanda con la necesidad de avanzar hacia una economía baja en carbono. Es el momento de un Acuerdo Global verde (green new deal) lanzado de manera coordinada por las grandes economías.

El acuerdo global económico-ambiental debería pivotar sobre la transición hacia un nueva matriz energética basada en ganancias radicales en eficiencia de industrias, instalaciones, edificios, procesos, productos; una apuesta plena por las renovables de primera y segunda generación; una transformación total de los sistemas de transporte basados en la combustión de petróleo. La magnitud de las crisis requiere de una política fiscal expansiva sostenida en el tiempo para animar la economía. Ante un escenario de cambio climático y de escasez de los combustibles fósiles, una potente inversión en eficiencia energética y en energías renovables estaría más que justificada. Aunque estas políticas serán costosas y elevarán el déficit serán rentables en el medio plazo y podrían crear millones de nuevos empleos “verdes” productivos.

Esta idea ha despegado con fuerza en Estados Unidos, donde el presidente Obama, ha propuesto en el documento “Nueva Energía para América” destinar $150.000 millones en diez años para crear cinco millones de puestos de trabajos. En España o Alemania el sector de las energías renovables emplea actualmente a 350.000 personas y se espera que en 2020 sobrepase a la industria convencional del automóvil. Un “green new deal” que, como ha planteado el Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ke-moon, podría estimular de manera urgente la economía y orientar el gasto público en una senda sostenible.

La Unión Europea ha aprobado objetivos ambiciosos sobre energía y cambio climático para 2020 y con ello ha dado nuevas muestras de liderazgo internacional en ese ámbito. Ahora es preciso poner en valor esa visión, integrando en un único discurso político y en una única estrategia la salida de la crisis económica-financiera y los pasos para ir encauzando de manera adecuada la crisis climática. En la senda de preparación de la importante cumbre de Copenhague en diciembre de 2009, es el momento de un gran Acuerdo Global verde.


Antxon Olabe, analista ambiental y socio de naider.

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